Dehesas y vides: el paisaje del medievo y el renacimiento

Fue en 1257 cuando el rey de Castilla Alfonso X otorgó a Requena su Carta Puebla, que ofrecía las máximas facilidades para poblar un territorio de frontera castellano, apetecido por la Corona de Aragón. Así, le otorgó la posesión de todos sus montes, ríos, pastos, términos, entradas, salidas, etc. Como marco legal impuso el Fuero de Cuenca, al poco tiempo de Requena, que contenía un capítulo especialmente dedicado a organizar y proteger el cultivo de la vid y la producción del vino. La Carta Puebla y el Fuero de Requena eran el marco jurídico para el autogobierno de unas tierras que prácticamente coinciden con nuestra actual Tierra Bobal. De la misma forma, la Carta de Villazgo que Pedro I otorgó a Utiel un siglo después, en 1355, confirmó ese mismo régimen foral que protegía y fomentaba la viña 

La protección que ambos documentos suponen para el viñedo nos aproxima a dos realidades: que los habitantes de la comarca no habían abandonado el cultivo de la vid desde que los íberos comenzaron su plantación. Y que en ese momento se deseaba que el entorno siguiera contando con cultivos de viñas. La concordia entre Requena y Utiel firmada en 1387 hace referencia a las cepas que estaban cultivadas en ambos términos.

Un cultivo que no cesa 

Los primeros viticultores de Tierra Bobal iniciaron su tarea en época ibérica y mantuvieron sus pequeñas parcelas de vid por muchos siglos. No importó que aquellos antiguos íberos fueran romanizados ni que sus costumbres fueran después modificadas por los godos: tanto la cultura de Roma como la visigótica consideraban el vino como parte esencial de su dieta y la viña como parte natural de su paisaje.  

Lo más interesante es que, ni siquiera cuando la región pasó a formar parte del dominio musulmán desapareció la vid de esta zona. Aunque tenemos testimonios escasos, sospechamos que el vino se consumía también en aquella época (el Corán prohíbe expresamente la embriaguez, no el consumo) y se cultivaba la vid. Después de todo, la viña provee también de leña y de agraces, de uvas frescas o de pasas. Y no eran tiempos como para despreciar alimentos tan valiosos. De todos modos, estamos a la espera de que se puedaexcavar yacimientos islámicos, con especial interés en Fuenterroblesoriginal de los siglos XI a XII, de donde procede la única inscripción de la época conservada de la comarca. Está en el borde de un recipiente y, en una traducción libre, diría algo así como “para que reboses siempre de agua. 

La ventaja de ser un territorio de frontera

La comarca natural que hoy forma nuestrTierra Bobal fue arrebatada en 1238 al dominio musulmán por parte de fuerzas cristianaque estaban a las órdenes del obispo de Cuenca. Esto situó toda el área bajo el control político del reino de Castilla, control que se hizo definitivo cuando Alfonso X el Sabio otorgó la Carta Puebla en 1257 a este gran territorio 

Los monarcas de la época solían ceder los territorios conquistados a sus nobles, pero el rey Sabio prefirió quedarse para sí la comarca porque consideró que, siendo un lugar de frontera entre Castilla y Aragón, resultaba más seguro para sus intereses mantener el lugar bajo su jurisdicción en forma de realengo. Es más, en 1260 le agregó Mira, anterior concejo independiente bajo el dominio de los Azagra.

Alfonso X otorgó en el documento fundacional que citábamos arriba privilegios muy interesantes (sobre montes, ríos o pastos, entre otros) a las personas que quisieran residir en esta Tierra Bobal que, por entonces, tenía muy poca población. Eso sí, a cambio se exigía que parte de los pobladores fueran caballeros armados dispuestos a defender el territorio y sus límites: los caballeros de la Nómina  

La viña, siempre próxima y protegida

Esa política iniciada en los siglos XIII y XIV generó un paisaje propio, porque aquellos pobladores convirtieron buena parte de las tierras en grandes dehesas en las que pastaba una enorme cabaña de ovejas y una cantidad nada desdeñable de bueyes. Hay que recordar que la lana de Castilla estaba muy protegida y que el pastoreo necesitaba poca mano de obra. Por supuesto, en la comarca también se plantaba algún cereal y, en las zonas de vega, había hortalizas y frutales dispersos. Los sistemas de regadío también procuraban el cultivo del lino y cáñamo. No faltaban tampoco las colmenas. El espacio que no se destinaba al ganado se cultivaba de forma variada para asegurar la subsistencia de una población escasa. No había entonces ni olivos ni almendros, las carrascas convivían con los pinares.

¿Y las viñas? Aquellos viñedos sobre los que los reyes de Castilla dejaron ordenanzas propias estaban ubicados en parcelas próximas a los núcleos de población. Un vallado realizado con piedra seca solía cercar esas parcelas.  

Los viñedos medievales tuvieron ordenanzas claras e incluso una autoridad propia (los llamados “guardianes de la viña”) para proteger las vides: de los caminantes y de los perros, de los ganados, de las colmenas, de los animales salvajes, de los que iban a coger agraces o a buscar espárragos. ¡Todo estaba contemplado! En Utiel, sus ordenanzas de 1514 hasta enumeraban los parajes donde se podían ubicar estos espacios vinícolas (llamados vedados en esta localidad). Y es que toda precaución era poca para un cultivo tan apreciado por todos y que habría de mantenerse, igual que el resto del paisaje local, prácticamente inalterado durante cerca de quinientos años más.

**La Carta Puebla de Requena y su Tierra (1257) confirió una elevada capacidad de autogestión del agro a sus habitantes (AMRQ Perg. 1).

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