La industria tinajera de Tierra Bobal

Visitar las viejas bodegas subterráneas es una experiencia inolvidable. Las más antiguas, medievales, son más pequeñas y hoy se encuentran más vacías porque las cubas de madera que las poblaban no resistieron el paso del tiempo y el desuso. En cambio, las que se ampliaron con posterioridad o se excavaron en los siglos XVIII y XIX, aún se encuentran habitadas por gigantes de arcilla, tinajas que sirvieron para conservar el vino y almacenarlo año tras año. Tinajas, hoy vacías y fantasmales, que fueron un elemento esencial de la vinicultura y que dieron lugar a una industria propia que se mantuvo en Tierra Bobal durante cerca de dos siglos. Y que tuvo una notable importancia. De hecho, nuestra tinajería llegó a ser, junto con la de Castilla la Mancha, una de las más importantes de España. 

En busca de un vino de calidad 

Actualmente, algunos enólogos han vuelto su mirada hacia estos recipientes. Dicen que la estructura microporosa de la arcilla permite conseguir vinos frescos y con una rica presencia de fruta. Y, aunque solo sea de forma testimonial, hay quien está prescindiendo del omnipresente acero inoxidable para ir en busca de la arcilla cocida que estuvo asociada al vino durante tanto tiempo con excelentes resultados. 

Las tinajas de barro cocido comenzaron a utilizarse de forma intensiva a partir del siglo XVIII, cuando en nuestra comarca desde Requena a Sinarcas y desde Chera a Villargordo  la vitivinicultura comenzó a tener ambiciones comerciales serias. Evidentemente, para vender un vino más allá de los límites de nuestra meseta, debía tener una calidad media razonable. Y la arcilla contribuía a lograrlo. A este proceso de sustituir la madera por el barro cocido también contribuyó la roturación paulatina de las dehesas y la reducción de la madera disponible en la zona. 

Un largo viaje desde La Mancha 

Las primeras tinajas que se utilizaron en Tierra Bobal parece que son las que están selladas en la localidad albaceteña de Villarrobledo, por lo que imaginamos que se elaboraron allá y llegaron hasta su emplazamiento, dado su tamaño, después de un larguísimo y costosísimo viaje. Pero pronto, los alfareros locales tomaron el relevo. Desconocemos qué proceso se siguió para que las técnicas de producción se reprodujeran en Utiel, pero lo cierto es que en una fecha tan temprana como en 1714 ya tenemos aquí alfareros transformados en tinajeros. Estos artesanos pronto fueron capaces de abastecer la creciente demanda local que podía incorporar hasta 20 de estos gigantes de barro en una sola bodega instalada en el subsuelo de unas poblaciones cada vez más prósperas. 

Una técnica propia 

La confección de las tinajas se hacía siguiendo el método de los artesanos manchegos y que consistía en colocar, sobre un disco inicial, churros sucesivos de arcilla de unos 15 centímetros de diámetro. Cada uno de los churros se unía al anterior (una vez oreado) y se estiraba utilizando las manos y con ayuda de espátulas y herramientas de madera específicas. Esto significa que el avance en la confección de una tinaja era de unos 30 a 40 centímetros diarios. Cada día un nuevo churro para trabajar. Hasta conseguir el tamaño deseado. 

Una vez confeccionadas, las piezas se secaban al aire libre. Primero a la sombra y luego al sol. Y una vez el maestro tinajero comprobaba que tenía el grado de humedad deseado, pasaban al horno (con la ayuda de muchos brazos) durante 24 horas. 

¿Te parece un método rudimentario? Aún hay imponentes tinajas que contemplar en Tierra Bobal. Mira cualquiera de ellas y comprobarás que el resultado es prácticamente indistinguible de lo que se hubiera conseguido con un torno alfarero.

Tinajas para almacenarlo todo 

Las tinajas de mayor capacidad eran las que servían para almacenar el vino y, las de nuestra comarca, solían variar de las 150 a las 200 arrobas. O lo que es lo mismo, de 2.500 a 3.200 litros (una arroba de vino era poco más de 16 litros). Pero los tinajeros locales también se ocuparon de realizar recipientes más pequeños: los de 15 arrobas (las tinajas porroneras) eran para almacenar aceite y las de 4 a 6 arrobas utilizadas, para guardar la miel. 

Las tinajerías utielanas estuvieron extramuros (en la carretera hacia Requena) y en la aldea de Los Corrales para facilitar todo el proceso, que exigía previamente sacar la tierra, cernerla finamente y reparar el barro. Y allí se mantuvieron hasta que, en los primeros años del siglo XX, las nuevas bodegas y sus enormes producciones dejaron el subsuelo y abandonaron también la arcilla en favor de depósitos de cemento. Pero eso es otro capítulo de la historia de Tierra Bobal, ¿quieres conocerlo? 

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