Un mar de viñas y pequeños propietarios

A fines del siglo XIX, España dejaba atrás tres oleadas de guerras carlistas y un puñado de revueltas populares producidas a raíz del descontento social. El panorama era sombrío: la nación había quedado devastada. En la comarca también se detuvieron las seis epidemias del cólera con una gran número de fallecimientos, especialmente las invasiones de 1854, 1855 y 1885. Sin embargo, los habitantes de Tierra Bobal estaban listos para iniciar una etapa de recuperación que pronto transformaría tanto su paisaje como a su gente: una auténtica Edad de Oro para su vitivinicultura 

La creación de un mar de viñas 

El paisaje rural, de tierras que albergaban cereales, barbechos y una nada desdeñable cantidad de vid, comenzó a cambiar. Y la viña, ese cultivo arbustivo permanente, con ciclos estacionales y coloridos, acabaría por dominarlo todo, convirtiéndose en la insignia de la región.  Era la apuesta de una comarca que vio aumentar sus plantaciones exponencialmente: desde las poco más de 5.000 hectáreas que tenía en 1850 a más de 25.000 en 1910. Los agricultores de la Tierra Bobal habían transformado una meseta suavemente ondulada en un hermoso mar de viñas. Todo era vid. Incluso en los pies de los montes o en los barrancos. Porque la variedad bobal, dominante en la región, ayudaba al fenómeno con su resistencia y versatilidad.  

Pero ¿a qué se debió una expansión tan abrupta del viñedo en la comarca?  

Una plaga letal que puso al territorio a toda marcha 

La historia revela que, en 1863, una especie de vid de uvas silvestres y amargas originaria de América desembarcó en Europa para formar parte de un jardín botánico inglés. Una curiosidad científica. Pero sus transportistas ignoraban que en aquellos ejemplares había mucho más de lo que podía apreciarse a simple vista: un insecto muy pequeño que no atacaba a esa variedad americana pero que resultaba letal para los viñedos europeos porque consumía la savia desde la raíz de las vides secándolas hasta la muerte. Era la filoxera. 

La plaga se expandió desde aquel jardín botánico a las pocas vides británicas. Luego saltó el Canal de La Mancha y, poco a poco, fue atacando a las viñas del continente siguiendo una lenta pero implacable marcha de Norte a Sur. Así, los comercializadores y productores de vino se vieron obligados a buscar vides cada vez más y más lejos. Durante muchas décadas, el clima seco y frío de la comarca y la resistente cepa de bobal fueron la alternativa perfecta para cubrir una fortísima demanda de vino. Y los tintos de la comarca alcanzaron un pico máximo de demanda internacional.   

Sin embargo, era cuestión de tiempo que la filoxera atacara también a los viñedos de la Tierra Bobal. Fue en la primera década del siglo XX y, para sorpresa de todos, la variedad local demostró una mayor resistencia que otras cepas europeas. Esta característica fue determinante ya que permitió ganar un tiempo valioso para actuar sin impactar significativamente en la producción y para poner en marcha el antídoto que había demostrado ser efectivo en otros puntos de explotación vinícola: el reemplazo de la variedad europea por la americana o Vitis rupestri sumado a un injerto de la variedad autóctona. A esta práctica se la denominó portainjertos o pie americano.  

Un cambio súbito… solo en apariencia 

Todo sucedió muy deprisa. Aparentemente. Porque esta transición abrupta, esta transformación tan radical del paisaje, la sociedad y la economía de toda la comarca fue posible gracias a los cambios que ya se habían realizado durante el siglo XVIII. Durante esa centuria (y la primera mitad del XIX), se había trabajado la vid con la vista puesta en la productividad, se había elaborado el vino con intención comercial e incluso se habían puesto en marcha herramientas legales como la plantación a medias (aquí tienes más datos sobre el fenómeno) que permitieron multiplicar la plantación de vides y redistribuir la tierra. La moderna empresa diría que toda la comarca había adquirido el know-how necesario para afrontar con éxito el reto de la internacionalización. 

El paisaje rural cambió. En Requena, entre 1848 y 1863, se plantaron 1.167.000 cepas repartidas por todo su extenso término. Cambió el paisaje urbano y el agro se pobló de caseríos y, a su vez, antiguos caseríos crecieron y evolucionaron como aldeas. La población se estableció en el campo. Y cambiaron los vinos. ¿Quieres saber cómo fue el debut de la bobal en el comercio internacional? 

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