Un tinto de color profundo para toda Europa

Hacia fines del XIX y comienzos del siglo XX, Francia vio morir prácticamente la totalidad de su viñedo por culpa del oídio y la filoxera. Mientras el país vecino encontraba solución a este drama, Tierra Bobal daba un salto exponencial gracias a la cultura vitivinícola que había consolidado desde el siglo XVIII. Solo así se puede entender que, en pocas décadas, la comarca pudiera pasar de atender la demanda de vino local y la que generaban las comarcas más próximas, a satisfacer la necesidad de vino de gran parte de Europa 

Para ello fue necesaria una asombrosa expansión en la plantación de viñedos (aquí tienes más detalles) y en la elaboración de vinos. Tanto que, a finales del siglo XIX se alcanzó un pico histórico de exportaciones, con 11 millones de hectolitros anuales vendidos. El 90% de esa cantidad tenía Francia como destino.  

¿Por qué bobal?

Además de la cepa bobal, en la región también se cultivaban con anterioridad las variedades tintas tempranillo, cencibel y garnacha, así como las blancas tardana, macabeo y merseguera. Pero la bobal destacó pronto en el comercio exterior por su personalidad distintiva y sus peculiaridades. Y es que los productos obtenidos a partir de esta cepa cuentan con propiedades organolépticas muy singulares: tienen un color cereza oscuro muy intenso y pueden ser completamente neutros. Eso permitía utilizarlos para mezclas con vinos de otras zonas vitícolas, algunas de ellas de prestigio internacional 

A estas interesantes características, la cepa típica de nuestra comarca añade un aspecto más: que es muy productiva, ofreciendo cada planta muchos de esos racimos grandes y compactos.  

El descubrimiento por parte de la industria internacional de todas estas características hizo que, desde que su expansión se hizo realidad, la abundante exportación de nuestros vinos se destinara a realizar mezclas, combinando los frutos de bobal, oscuros y frescos, con variedades más fácilmente reconocibles.

Vino de pasto 

El vino que se exportaba a nivel internacional era una versión industrializada de los que se elaboraban en la región en siglos anteriores. Los nuevos compradores ya no se conformaban con claretes que habían estado poco tiempo en contacto con el hollejo de la uva, así que los productores aprendieron rápidamente a macerar sus mostos durante la fermentación, dotando así a sus productos de taninos interesantes y de ese color intenso que hoy consideramos característico de la bobal. 

No obstante, no podemos pensar en los bobales de hoy. Puesto que esta producción había de convertirse en vino de pasto y estaba destinada a mezclarse con otros vinos, en su elaboración no se buscaba un vino de buena calidad, sino un producto de buen color y capaz de ofrecer una pronta maduración. Mantener en el producto final los aromas del terruño o de la fruta eran fantasías impensables para aquellos momentos y aquellas circunstancias. 

Toda una comarca al servicio de la exportación 

La cepa tradicional, el espacio geográfico y hasta la historia inmediata. Todo parecía dispuesto para que fuera la Tierra Bobal la encargada de suplir esa escasez de vinos en Europa que provocó la filoxera. Pero lo cierto es que nada de esto hubiera sido posible sin unas infraestructuras que enlazaran la comarca con el resto de mundo.  

En este sentido, el primer hito para la comarca fue la apertura de la carretera de Las Cabrillas, construida entre Siete Aguas y Buñol (hoy Autovía) y que, a partir de 1851, cuando comenzaba la fiebre del vino, conectó la comarca tanto con Valencia como con Castilla. Varias décadas más tarde, en 1885 y con los exportadores demandando más vino a la región, el ferrocarril enlazaba nuestra pequeña meseta con Valencia y su puerto 

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los cambios relacionados con el aumento de la producción de vino se multiplicaron en la Tierra Bobal. También en su sociedad y su administración. Y uno de los más significativos fue que la comarca, que formaba parte de una provincia extensa y pobre como Cuenca, volvió su mirada hacia Valencia y eligió unir su destino a un territorio más próximo y en cuya capital el puerto prometía mayores beneficios económicos. En 1851, la comarca se integró definitivamente en Valencia.

¿Te imaginas cómo la sociedad apoyó el auge de la vinicultura? 

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