Vino, especias y miel. La cultura íbera y sus vinos

Si tuviéramos la oportunidad de viajar en el tiempo y probar una copa del vino que hacían los íberos, probablemente no reconoceríamos como tal esa bebida que ellos mezclaban con agua y las más diversas especias. Sin embargo, ese vino era antepasado directo de los nuestros; un producto nacido de cepas iguales a las que tenemos hoy y elaborado, básicamente, con los mismos principios. Lo que sucede es que, en el mundo antiguo, el vino se bebía siempre mezclado con agua y saborizantes; consumirlo de otro modo era un signo inequívoco de barbarie. Y la íbera era una cultura sofisticada. 

Beber como fenicios y griegos 

No sabemos demasiado del pensamiento de los íberos y de parte de sus usos y costumbres porque no podemos interpretar los registros escritos que dejaron: podemos leer su alfabeto, pero su lengua, que no pertenece a la gran familia indoeuropea, nos resulta indescifrable. De hecho, tenemos la muy conocida estela funeraria de Sinarcas, pendiente de interpretación. 

Sin embargo, los restos de su cultura material apuntan a que nuestros antepasados siguieron la pauta de las culturas fenicia y griega en buena medida. También con relación al vino. Al menos en general, pues también hay que señalar que, para los íberos, este producto no estaba presente en la vida cotidiana y su uso solo comenzó a ser habitual en su día a día cuando Roma, que lo consideraba un alimento esencial, conquistó la comarca.  

El vino como lujo  

El vino de nuestro Tierra Bobal era, durante la época íbera, un producto consumido mayoritariamente por las clases altas porque era una bebida cara. Era un lujo que se reservaban para sí las familias aristocráticas y que se vinculaba a los momentos vitales más especiales y a los ritos más importantes: lo servían durante las grandes fiestas, lo ofrecían al difunto durante los banquetes funerarios o lo ofrendaban a sus dioses. Y, por los restos encontrados, sabemos que estas clases privilegiadas podían haber contado con espacios para disfrutar del vino, con vajillas al estilo griego para su servicio y con un protocolo propio para su consumo.  

Una bebida social 

En las excavaciones arqueológicas del Tierra Bobal y en otras zonas íberas próximas, se han descubierto restos relacionados con la producción y consumo de vino: ánforas para almacenamiento y transporte, pebeteros para quemar especias, ralladores de bronce para aderezar con diversos productos y morteros para machacar hierbas y aromatizar el vino. También se han encontrado jarras para facilitar su servicio, vasos y alguna que otra copa más lujosa (alguna, incluso, procedente de Grecia). También encontramos esos grandes recipientes de boca ancha llamados cráteras por los griegos que se usaban para mezclar el vino con el resto de los ingredientes; se trata de productos íberos que fusionan el estilo de Grecia con una decoración más propia del gusto local. 

Toda esta vajilla estaría indicando que, entre los íberos, el vino era una bebida social en torno a la cual se reunían, aunque disfrutaban de ella de forma individualizada, pues cada uno bebía de su propio recipiente. En general, podemos suponer que nuestros antiguos aristócratas consumían el vino en banquetes. Lo mezclaban con especias en un principio, igual que los fenicios y, más tarde, por influjo griego, lo endulzaban con miel. Y eso era tan importante como aguarlo, como se hacía entre los pueblos civilizados del momento: el objetivo no era la embriaguez, sino lograr que la fiesta y la charla se pudieran prolongar.  

Libaciones a los dioses 

¿El resto de la población desconocía el producto? Lo más probable es que no lo consumiera casi nunca, pero que lo comprara y utilizara ocasionalmente para realizar ofrendas en forma de libación a los dioses. En este sentido, son muy significativos los hallazgos de la Cueva del Puntal del Horno Ciego, de Villargordo del Cabriel, donde se encontraron centenares de copas (o caliciformes, como las llaman los arqueólogos) que probablemente estarían destinadas a libaciones y ofrendas a las divinidades asociadas a esos espacios naturales. Hablamos de vasos sin decorar y de una factura similar a la vajilla “de diario” de cualquier casa íbera del momento, muy diferentes a las copas de estilo griego que usaban los ricos en sus reuniones. Son vasos que debieron utilizarse para llevar ofrendas a esas divinidades femeninas que desencadenaban la fertilidad de la tierra y ocupaban esas oquedades naturales. 

¿Qué esperaban de estas libaciones?, ¿qué buscaban con sus ofrendas aquellas personas que nos precedieron en el Tierra Bobal? Desconocemos casi todo de sus deseos, sus mitos y sus dioses, pero sospechamos que el vino les ayudó conectar con la trascendencia. Y, de paso, sentó las bases de una cultura vitivinícola que, 2.600 años después, sigue viva. 

Entradas recomendadas